martes, 30 de abril de 2013

Paladín Animal


-¿La muerte es confortable? ¿Tan seguro está uno de que luego de morirse descansa eternamente?- dijo Rogelio Paulini, muy pensativo.
Su padre había muerto hace unos cinco años. Rogelio no se quedó en la idea de una vida más allá de la muerte para su padre. Viejo laburante que había sufrido mucho en la vida. ¿No era muy inocente pensar la paz en la muerte? Por momentos Rogelio temía al paraíso reconfortante, tal vez no se lo merecía el amargo cascarrabias. Pero eso sería extremista. Porque para ese hombre  los animales eran la razón de su vida, una manera de decir que servía para algo, una forma de no tropezarse y caer en los abismos.
-¿No estas seguro de que tu viejo andará durmiendo como nunca lo hizo en vida?- contestó la viuda de Paulini-. ¡Ja! Y pensar que a veces cuando se ponía hinchapelotas me decía que al morirse iba a venir todas las noches a arrastrarme de las patas. ¿Qué sabrá tu viejo de volver? No me tironearon ni una noche.
-Te habrá tironeado otro- dijo Rogelio.
-No te pases de vivo, nene -protestó su madre ofendida-. Que para vivezas estoy yo. Dale, vayámonos antes que se haga tarde. No cerramos la veterinaria y vos acá.
-Si, ya... Hay momentos en que pienso que es mejor que no haya aparecido. -dijo Rogelio, mirando a su madre con una cuasi-sonrisa-. A lo sumo, peor que que acá no puede estar, no debería comerme la cabeza con esto. Buscar una esperanza más allá de este agujero donde enterraron el cuerpo del viejo.
-Sería bueno que lo hagas con más ganas. Dale, voy yendo.
Rogelio dió una ultima mirada a la tumba de su padre y se fue del cementerio. Todavía rondaba la idea de "descansar en paz". Pero es en vano, no se enteraría hasta que le llegase ese día. Lo que si se enteraría ese día (y que justo ese día llegó) es que la gente esta más cerca de lo que uno en primera instancia pensó, haciendo lo impensable.

Se escuchó un zumbido extraño en un almacén. Los dueños corren hasta el lugar creyendo que se trataba de un robo. Abren las puertas y se encuentran con una masa de carne rosácea y algo negruzca; chamuscada pero con un fuerte olor a quemado. La mascotita felina fue asesinada por algún "ser humano". Un asco moral y todo lo que conmocionó a esa familia ya eran detalles que no le importaban al recolector. Con unos ojos que parecían unas bolas de cristal trizadas por el sueño, se alivia de terminar con las misiones menores de ese día. Ya estaba próximo el momento de arrancar con la más importante, y es que esquivándola durante todo el día, ahora Oscar Paulini no tenía más remedio que terminar con eso de una vez por todas.

Mientras se alejaba del almacén hablaba con su asistente:
-Qué poca interacción tenía ese gato con esta gente, algo me dice que se equivocaron -decía Oscar-. Habría que decirles a esos caraduras que se fijen...
Los Registros responde con un ladrido de afirmación.
-Aunque ya está. No quiero más cargas ni responsabilidades -dijo Oscar-. Seguro les termino diciendo algo y me cagan con todo el papelerío. Para ellos un problema que encontrás, un problema que arreglás. Todo por tu cuenta, con tu propia guita. Pero ya está, Registros, no se porqué se me hace que a este lugar lo conozco desde hace años. A ese que nos mandaron en un principio...
Los Registros, asistente con unas pintas de ovejero, vuelve a responder con el mismo ladrido de afirmación.
-A veces me jode que solo te hayan predeterminado ese ladrido. No tener autonomía para darme tu opinión... Parece que me doy la razón solo en cada palabra. Qué fatiga... Igual sos mejor acompañante que el infeliz de Los Ensayos, ese perro siempre contestaba con un ladrido ahogado. Pobre infeliz.

Era muy llamativa la vestimenta de Oscar Paulini, le recordaba a ese humilde uniforme médico celeste que usaba en la veterinaria. Pero este traje de un celeste más doloroso para la vista poco tenía que ver con esa profesión que salvaba vidas. Era un caballero medieval futurista, o un astronauta enfermizo de otros tiempos que parecía perdido en un barrio ancestral. Traje anormal para un trabajo cruel: liberar animales de sus dueños y garantizar las ganancias en la empresa que lo tomó preso desde hace cinco años. No hay ningún misterio salvo los métodos: armas de caza, de tortura, de muerte... ¿A quien le reclamas ese desparramo de huesos? No hay tantas vueltas en un trabajo que suena tan simple como demandante para la mente. A Oscar le resultaba peor, ser casi un sicario y casi nunca salvador. Más intrigante resultaba que estuviera acompañado por un perro. Los Registros era un señuelo que atraía o localizaba a todos los objetivos. Y los seres humanos, meros mortales, solo veían al simpático Registros andar como si nada, veían a la carnada pero no al pescador, al invisible Oscar que oficiaba de paladín animal.

Cansancio, cansancio, cansancio, cansancio. Oscar siente que no puede avanzar más a su destino, a menos de tres cuadras estaban encerrados algunos animales que debía sustraer para mejores fines empresariales. Pero en su cabeza ocurre que algo le estaba inyectando varias dosis de náuseas. Impidiéndole dar dos pasos sin marearse, se retracta de toda esa misión y llama de urgencia a su supervisor:
-Buenas tardes, Oscar. ¿Cómo estas? ¿Vas bien con el trabajo? -respondió una voz amigable desde el móvil de Oscar.
-No muy bien... estoy peor que antes. -dijo Oscar entrecortado.
-No podés, viejo. Quinta vez en la semana. Cuestiones netamente de salud, eh. Me estas comenzando a preocupar...
-Te llamaba para preguntarte si me podía bajar más temprano hoy.
-Dios... creo que esta vez estás en estado crítico. -advertía alarmado el supervisor-. Estas en la cuerda floja con las faltas, el monto de animales es muy bajo...
-Sí... estoy, estar, estado, es... veintitrés perros, treinta y cuatro gatos, dieciocho aves, tres roedores...
-Bajísimo para lo que hiciste en otros años, che. Me caes re bien para que ahora nos vengan a fajar los de rangos más altos.
-¿Y que me importa? Que me maten si quieren, no pierdo nada si voy a esa casa del orto. -decía Oscar, que ya empezaba a divagar.
-Dale Oscar, con esa casa llegas de una al monto mínimo diario. Llegas bien por los gatos... La verdad que son muchos, che. -dijo el supervisor, que ahora se encontraba más tranquilo al escuchar como Oscar recuperaba el aliento.
-No puedo andar, te llame porque estoy tirado en una vereda. En serio, es una eternidad en un día hacer volar a veintitrés perros, treinta y cuatro gatos...
-Ya entendí, ya entendí. ¿No trajiste ningún calmante?
-Traje a Los Registros.
Oscar acerca el móvil al hocico de Los Registros para que el supervisor escuchara su característico ladrido de afirmación.
-Uh, viejo -contestaba el supervisor creyendo que le tomaban el pelo esos dos-. Te pregunto si traes algo aparte de un botiquín de primeros auxilios "vacío", ese que tiene el perro, ahí en el cuelo y que no usaste.
-Y no... el botiquín no me sirve de nada -respondió Oscar-. Pero el perro... ese me salva de toda la joda.
-Como ya te dije, estas en un punto crítico, salud incluido.
-Los Registros incluido.
-Viejo choto. El perro no te puede administrar un calmante. Voy para allá, procurá no mandarte una.
-Uf... bueno, espero paciente.
Y Oscar apagó el móvil, mientras fracasaba el intento dormir en la dureza de la calle.

Registros, Registros, Registros. Qué buen perro. Tener que ver tantas cosas infames. Verme como una vez de un solo crujir del cráneo maté a un perro muy parecido a el. Viendo como el nene que era su dueño empezaba a lloriquear, a tener las narices húmedas como can en el momento en que su perro pasa a ser un incienso animal muy repulsivo. Antes que llegue ese señor, Registros, te quiero decir que sos de los animales más grandes con los que me he cruzado en vida. No tuve palabras pero si tus gestos. ¡Que diablos! Nunca nadie tuvo un perro, menos sus palabras, menos sus gestos, un perro de nadie al que admiro mucho, eso sos. En estos cinco años creo que bastó traerte tantas veces como pude a ayudarme con estas cosas terribles. ¿Qué les pasará a todos esos animales? Siento que mi hijo jamás me perdonaría esto, Registros. El pasar al bando que destruye la carcasa que llaman vida en vez de arreglarla. Muy jodido de entender todo esto, delirios del calor, cansancio del calor. ¿Me perdonará mi hijito Rogelio? No puedo escuchar tu ladrido de afirmación, Registros. Como para saber si me estás escuchando o si estoy hablando para mí mismo... ¿Alguna vez oíste hablar de un perro al que le llamen "Los Registros"? Es tan curioso, y con los años que tengo nunca he oído algo tan... algo tan... tan... Ya va a venir ese señor. Registros, te pido por lo que más quieras que si llego a ir a esa casa. Vos te vas a quedar con ese señor, prometemelo, se llamaba Hernantarias Papadoupulous, es un buen tipo, sabe cuidar perros, es el hombre más confiable que he conocido en estos cinco años. Ya viene Hernantarias, ya se va a ir todo al carajo como hace cinco años, Registros. Por lo que más quieras, al igual que Rogelio, espero que me perdones (que me perdonen). Y si es que el idiota de Hernantarias me dice algo ofensivo, o no te da de come, perdonalo, Registros, perdonalo.

Un haz de luz desciende sobre la vereda que está en frente de Oscar. Materializando a un Hernantarias que empieza a tocar el suelo con los pies a la vez que suelta un bufido porque pisó un sorete con sus lustrosos zapatos color marino.
-¡La puta madre, Oscar! ¡Cada vez parece que es más difícil mantenerse erguido en este lugar! -gritaba Hernantarias desde la otra vereda-. ¡No me extraña que cada vez estés más cansado!
-No creo, debe ser porque pisaste mierda -dijo Oscar, que ahora estaba sentado en el cordón de la vereda abrazando a Los Registros-. Además, yo estoy cansado por otra cosa.
-En serio, este aire contaminado de concreto cada vez es más difícil de respirar. Te mata. -dijo Hernantarias mientras se iba acercando a Oscar.
A esa hora de la tarde, con el sol ocultándose y con la luz pegándole en su gabardina de color lapislázuli. Hernantarias parecía una estatua gigantesca que se movía bajo un aura azulada. Parecía que en cualquier momento ese extraño ángel con gabardina se iba a salir de las perspectivas, de los contextos y de la física para empezar a aplastar sin querer a los edificios ignorantes de sus acciones. Tan ignorantes que jamás sabrían qué cosa los impactó e hizo caer. Porque en ese momento, sólo aquél antiguo veterinario vestido mitad caballero medieval, mitad astronauta, podía ver al ángel lapislázuli recomponiéndolo con calmantes.
-Con eso vas a estar mejor por un rato. Lo suficiente para ir a esa casa y volver hasta acá -dijo Hernantarias-. ¡Pero te advierto!... No vas a durar mucho. Te espero, andá.
-Quedate con el perro, no vuelvo. -dijo Oscar.
-¿Y ahora qué te duele? ¿La vejez? Ya te dije que no me voy a hacer cargo de lo que te llegara a pasar si no volvés. Me da también por las bolas lo que digan los rangos más altos. Pero al menos dame una razón para hacerme venir y tajantemente decirme que te vas. Sacate esa careta de tipo misterioso que no le queda bien a nadie, che.
-Careta... Y yo que pensaba que no ibas a usar nunca esa palabra patética. No va muy bien con vos. Ni con el descerebrado va bien. Y ya te dije, estoy cansado.
-No hay tiempo para discutir el uso de la palabra careta. Especificame lo del cansancio. Dale, algo tengo que "chamuyar". Y te lo digo sin tanta formalidad, a ver si te sigue molestando. -insistió Hernantarias.
-No me molesta, es idiota. -le contestaba Oscar, mientras se levantaba y trataba de caminar en dirección a la última casa que le quedaba por ver-. Estoy harto de ver lo que veo. De ver animales humanizados.
-¿Cómo? -dice Hernantarias mientras se pone en frente de él, tratando de detenerle-. Todavía no hacen efecto esos calmantes. Vos contame de los animales. ¿Qué les viste?
-¿Al final funcionan o no estos calmantes? No me engañes ahora, a los animales los ví tal como son. De tanto amasarlos. Los ví a ellos y ví como los cuida la gente. Como creen que los animales los llenan, pero en realidad ellos los rellenaron.

Registros seguía de cerca la discusión entre esos dos hombres que ahora estaban parados en medio de la calle. Era casi atemporal, cualquier auto podía pasar y chocarlos, pero al parecer Registros calculó que esto no era posible. Ni el espacio podía interrumpir el orden de las cosas.
-Explicate -dijo Hernantarias-. Decime si ya te hartaste de ver animales todos los días. A pesar de que ellos nunca vean la mano que los libera.
-El problema no es la liberación -dijo Oscar vagamente-. Si no todo lo que deja la misma. Antes y después. Me empezó a suceder con frecuencia cada vez que mataba a muchos gatos. Asustados por la muerte. Los reventaba como si nada. Pero no estaba mal. Lo malo era su humanización. Ese misterio, ese esoterismo que le dieron. No hay un solo misterio, lo pude comprobar. Han deformado al gato para hacerlo flexible a sus comodidades de ser humano. Los puedo ver y siento que son como las flemas que cualquiera escupe. ¡Pero no son un gato! ¡Eso no puede ser un gato! Son como seres transparentes esas cosas, ellos las tocan como si fuesen algo.
-Oiga, no me grite. -decía Hernantarias, algo molesto por esa actitud-. Yo se que has tratados con gatos en vida. Pero, ¿cómo podes salir con ese razonamiento? Me dijiste que nunca tuviste un gato. ¿Cómo podes saber de esas cosas?
-Los egipcios o cualquier otra estúpida civilización antigua por hacerlos sacros hasta los idiotas que ahora los tienen como lo más importante en sus vidas pueden irse a la puta madre que los parió. Vos también. -reprochaba el señor Oscar Paulini-. Todo se reduce a observar esas criaturas viscosas. No soporto ver como han sido usados los animales en tantas cosas. Están bañados, ahogados en esa mucosa que finge ser animal. Literatura babeada y simbolismos echados a perder. Veo como lloran a esos perros, les toman el pelo con eso de "mejores amigos del hombre" y se forman pilas enormes de cadáveres perrunos. ¡Montañas! Al lamentarlo se magnifica y ya no puedo evitar las ganas de vomitar. De ver hasta esos humanos empapados, sin ser humanos...
-Claro, y lo único que se puede hacer es matarlos, liberarlos. -condescendía Hernantarias-. Pero entonces... no nos queda nada. Ese pájaro que tengo en mi casa entonces es una mera jaula vacía. ¿Entonces qué es un animal de verdad? Cómo saberlo si se te deslizan por las manos apenas los querés agarrar.
-Entonces, estoy, entonces, estar, entonces, es. Si es justamente eso lo que voy a buscar. Mira que justo agarrarme hace cinco años esta labor -reflexionaba Oscar-. ¿Por qué esta labor, viejo? Mirá que cosas tuve que mirar, eh...
-Forro, te burlas porque repito las cosas a ver si se te quedan grabadas, primero con eso de estado y ahora con los entonces. Viejo forro, no tengo ni la más remota idea de porque te eligieron. O tal vez si. Te voy a hacer un favor. ¿Querés que busque tu Currículum? No confió en asistentes, asi que lo voy a buscar yo. Ya vuelvo, a ver si te apurás un poco que se hace de noche.
Hernantarias hizo aparecer un portal de un azul muy oscuro que parecía comérselo hacía otro lugar muy lejano.

Y en un ir y venir de tiempos cortos y prolongados, Hernantarias tenía razón. Se hacía tarde y todo parece durar una eternidad. Apenas mediar palabras duraba mucho. Pasar del cansancio a los gatos, de los perros a los cinco años y del supervisor Hernantarias aceptando sin poner trabas a Oscar recolector aceptando sin responder. Si yo veo a los animales falsos... los otros... ¿Los otros dónde están? Registros... a él lo puedo ver, será que el también me puede ver... Entonces estoy patinando con todo lo que he dicho, y tal vez, solo tal vez, Los Registros no sea otra cosa que una flema que me ladra cada tanto... Ah... El agotamiento le había hecho olvidar adonde estuvo en todo ese tiempo, en esos cinco años. Por qué esquivó ese lugar, por qué estaba ahí. Y desde cuando. ¿Cinco años? Veintitrés perros, entonces jamás se movió y simplemente lo pescaron para, treinta y cuatro gatos, y conspiración (con lo horrible que es guillotinarse a uno mismo) una mentira, dieciocho aves, es raro como se multiplican los animales o como maté todos los días a los mismos bichos, tres roedores, no ha cambiado nada la veterinaria desde que me fuí.

Se alzó un pequeño portal de luz azulada delante de Oscar Paulini. Volvía muy agitado, con un maletín mal cerrado y lleno de papeles ese supervisor (¿Supervisor de qué o de quienes? Si nadie se subleva. Salvo...) Hernantarias, llega gritando:
-¡Viejo! ¡No me vas a tener el tiempo suficiente seguro!
-¿Tenerte el tiempo? -dijo Oscar-. Yo solo sostengo el mío.
-No me jodas con esas cosas. Hablo del tiempo suficiente para prestarme atención, ni tener tiempo para creerme quizás. -dijo Hernantarias más alterado.
-Dale, hablá, hace el intento de ser un Deus Ex Machina. Haceme el favor de tirarme el salvavidas antes de entrar en toda esa flema. Dame una necesidad, algún fin más para darte, vamos, que las palabras que me vas a decir sé que no van a cambiar las cosas. O que sea una idiotez que hoy me muera por segunda vez, si no es la primera ni la última. -decía Oscar, que perdía cada vez más fuerzas.
-¿Esta es tu antigua veterinaria? ¿De la que tanto me hablaste? -dijo Hernantarias ignorando todo lo anterior.
-¿No es eso obvio? -contestó Oscar-. Dejate de obviedades...
-Deus Ex Machina... -repitió Hernantarias.
Y se echó a reir como si no hubiera mejor chiste que esa frase. Los Registros miraba atentamente, a todo momento. Al dueto Papadoupulous y Paulini haciendo la peor escena de toda la obra. Tan apartado estaba que su ladrido de afirmación terminaría tan ahogado como el de Los Ensayos, oh perro dueño de nadie, nada ostentas.
Una vez que paró con las carcajadas, Hernantarias retomó la conversación con Oscar:
-Ah... viejo, viejo... Sos una vergüenza. Te deshaces vehementemente pensando que una corporación te va a salvar. No me hagas reir más con semejante estupidez.
-Quedate tranquilo, va a ser la última vez que te vas a cagar de risas en mi propia cara -dijo Oscar, agotado-. Inclusive la última vez que me vuelvas a ver. Una lástima, me antojaba un poco más de esa acidez que tenés para tratar las cosas.
-¡No sea maricón, hombre grande! -exclamaba Hernantarias-. ¿Justo yo voy a ser el ángel empleado que cae de golpe desde un portal a salvarte y decirte que no cantes antes de tiempo? Vos qué sabrás lo que te espera, viejo maricón. Ya te trato como en esos buenos momentos en donde nos íbamos a cualquier bar de cualquier barrio. Y no poder repetirlo... ¡Qué bronca! Vos, los bichos, la corporación, la parca, la vida. ¡Esas cosas, viejo! Esas cosas que nunca tendremos con certeza. Se nos hacen mierda los cimientos.
-Otro sermón tuyo... -decía Oscar muy desganado-. Me gustaría golpearte. Dejarte ahí tirado.
-Pero no querés -dijo Hernantarias exaltado.
-No, no quiero, hablá todo lo que quieras.
-Mirá a Registros, viejo senil. -señalaba Hernantarias-. ¡Terrible es que en todo lo que te dije no te haya dicho nada todavía! Ni siquiera Los Registros escapa. Solemne. Se nos fue todo. Los Paulini, familia de veterinarios, selecta entre incontables para ser asesinos de animales después de muertos. Para ser de doble filo, encantadores. ¡Si tu hijo dejase esa chota tradición de jugar con las bestias de flemas y mocos como un bebe e hiciese otras cosas!... ¡Oscar, viejo querido! ¡Qué buen destino le esperaría fuera de estos circuitos de muerte!
-En estos cinco años, Hernantarias. Poco me importa si eso al final es otro invento tuyo. -dijo Oscar, sin importarle veracidad alguna de la historia que ese ángel daba entre alaridos.
-No necesito de todos estos papeles para decirte lo que sos -afirmaba Hernantarias-. Ya está todo dicho con este día eterno y con lo de Deus Ex Machina. Sólo traigo recortes. Podes irte si querés, andate y yo te recito algunos mientras te vas. Es hermoso, viejo. Es tan hermoso despedirse así. Como matarse.
Desde lejos Los Registros vió la redención final de esos hombres.
-No hay con qué darte... -dijo Oscar, renovado.
-¡Vietnamitas trafican treinta mil perros al mes! -gritó Hernantarias.
-Tan agradecido por todo. No sé muy bien con qué, o de qué...
-¡Con quemaduras en el lomo! ¡Ojos y pene arrancados! ¡Es encontrado un perro en la Colonia Gómez Lorin!
-Y con qué gracia lo decís, todo tan irreal...
-¡PETA pone a dormir más de veinte mil animales en tan solo diez años!
-Hermoso... pero tan poco... -decía Oscar mientras se iba alejando.
-¡Un millón de aves y cien mil animales marinos mueren por año! -Clamó Hernantarias con todas sus fuerzas.
-¡Te dejo a Los Registros! Cuidalo mucho...
-¡Muerte masiva de animales prevista para el año...!
Y ya no se escuchaba nada.

Los Registros, al igual que Oscar Paulini, ya no podían escuchar ninguna de las desgracias que gritaba Hernatarias Papadoupulous. Había entendido tan bien como aquél hombre no volvería, como se reencontraría (tal vez) con su hijo, lloraría, volaría en pedazos a los animales para hacer que la veterinaria cerrase, Hernantarias gritando, Rogelio y su madre gritando, pero no se podía siquiera ladrar y esfumarse de una sola vez. Y una luz celestial iluminara las ventanas de ese lugar. El perro registrando todo lo que podía pasar en ese instante, en esa efímera eternidad, a Don Oscar colapsando, hecho de nuevo una mucosidad turquesa. Y quizás, animarse a aullar por primera vez otras cosas más tristes.

Mauro Varela