Un
tipo prescindible sufre otro de esos ataques de copiosa alegría. Se
calcina una tarde en el trayecto laboral, cuando raspa un toque a las
personas que viven por un día su rutina, entran para escaparse en la
mirada de su vida, tan derruída como voluntad.
“Hay
rato y redención en el canto del neumático, en todas las veces que
subí al colectivo y me arrepentía de elegir el lado que no me
dejaba presenciar el mar. Pero ahora… Cardumen metalizado, asfalto
marmolado”.
Le
viene bien lo terrestre, lo contestado; se talla las mascotas muertas
en las uñas y así recorta de a poco los recuerdos, le crecen esas
molestias semanales en las extremidades: y a descarnar. Sin apegos.
“Me
dinamito la dinámica. ¡Al absceso de felicidad lo surto a golpes
para se derrame en las inquietudes de la gente! La termino
zarandeando por todos los mercantes y kiosquitos que han tocado mis
manos, como si en ellos también trastabillase este fulgor que me
recorre”.
Tintinean
en su paladar las horas que se quedó hasta tarde despierto. Llega
temprano al destino, fuera de los injertos mercantiles, extraviado
pero no extraído de la mismísima vida de alimaña, para el destino,
él llega en un temprano impropio.
“Desde
mi afecto mal agradecido, me arrojo al bucle de la vida. Good show…
Good show… Ejecutado por las marginalias personales, acá estoy,
ciudadano, acá estoy, pedestre. Good show… Good show…”.
Saborea
sus últimos rastros de vida cerca del mediodía, y antes de dejarlos
en el cenotafio más cercano, se considera grande y realizado. Ante
el final de estos atentados a su salud, vive con la cura hasta la
última de sus jornadas.
Ricky
Eat Acid – Three Love Songs
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