martes, 12 de septiembre de 2017

Jumpin’ Jack Flash (sobre hielo)

—Perforamos y nos vamos. Mi primera expedición se suponía que sería un trabajo simple, una relajante experiencia en el valle blanco. Así es, creía que todo era perforar y mirar, perforar y hablar idioteces con los muchachos. ¡Me parecía fácil rellenar el currículum picando un poco de agua congelada! Y Jack… Jack es el único que confiaba en mí a la hora de observar que funcionara la perforadora. Jamie, en cambio, no me tenía paciencia:

—¿Lo pusiste a ese idiota de Jason en vez de hacerlo tú? Eres muy porfiado... ¡Poner a ese africano desnutrido ante una máquina que sólo se deja manejar por hombres! Recuerda mis palabras, Jack. ¡Ese enclenque nos llevará a la ruina!

—Él creía que Larsen B era “su” plataforma, realmente un jefe brutal. Recuerdo que unas horas antes de que se resquebrajara todo, Jamie me dio un golpe en la nuca porque casi rompo uno de los núcleos de hielo. No paraba de gritarme: “¡Jodido neoyorquino! ¿¡Crees que esto es un juego!? ¡Apártate!”. En ese momento me tiró al suelo de un empujón, yo estaba nerviosísimo. Imagínate, Jack se interpuso para evitar que ese Grinch de barba larga y canosa me moliera a golpes. Jamie estaba muy alterado, agitado por la bronca, parecía que su cabeza hinchada iba a estallar en cualquier momento. Ya te digo, se veía como un viejo senil al que la campera polar y el liderazgo le quedaban demasiado grandes. Pero aún cargando media docena de núcleos, ese loco se movía con destreza por el hielo. Así de agobiantes eran las cosas antes de…

—¿Antes de qué?

—Antes de… Eso.

Jason dejó de hablar un momento. Su vista se desviaba hacia un horizonte más allá de la habitación en la que nos encontrábamos. Era el hombre mirando hacia el sur austral, volviendo a mirar su propia caída hacia el vacío. Ese muchacho de manos temblorosas y porte decaído recordaba con cada movimiento de su cuerpo el frío de la Antártida. Su cara se fruncía como si todavía sintiera el hielo raspándole la cara y los gritos de Jack cuando ocurrió “eso”.

Este “eso” todavía indefinido para Jason sucedió en el atardecer ártico, cuando ya habían perforado 8 metros de hielo. Momentos después de que Jack le encargara la misión de continuar perforando: “Hazme el favor de que no se mezclen los núcleos o el jefe me cortará la cabeza, ¿quieres?”. Recordar esas palabras decisivas todavía ponen a este muchacho en una posición de alerta.

Jack era el único capaz de hacerle frente al bravo de Jamie. Una figura paterna desde que llegaron a la plataforma. Con él estaban todos a salvo, era una resolución con patas. Las soluciones moraban en su mirada de decisión, ojos grisáceos que te disponían a toda orden. Un hombre de acción, que acata y cumple.

Cuando ocurrió “eso”, Jason todavía recordaba la calidez y humildad que Jack poseía para pedirle algo. “Era… ¿cómo decirlo? Le parecía lo mismo hablarle al jefe que a mí”, rememora, buscando las palabras. Continúa mirando hacia el sur. Siente que no puede evadir más el tema, Jason ha tomado una decisión. Deja de temblar, toma aire, pero todavía no me mira a los ojos. Quiere sobrepasar el “eso”, quiere definirlo. Medita un momento, y vuelve a sostener mi mirada. 

—Todos escucharon el crujir del hielo y se acercaron adonde estaba yo con la perforadora. Jamie insultaba pero ya no lo escuchaba. “¡Yo no hice nada!”, grité. Seguro debí haber sonado como un niño llorón que ha roto algo. No tengo la culpa, lo sé. Pero el niño ya había destrozado todo Larsen B y ahora se estaba desmoronando. Me sujeté con todas mis fuerzas al hielo. Jack no paraba de decirme que resista, que aguantara un poco más. Eso me permitió aferrarme y mis compañeros me pudieron levantar. Les debía la vida, tanto a Jack como al cascarrabias de Jamie. Para estas alturas, la tierra se estaba separando y todos los núcleos se encontraban del otro lado. Resultados incalculables de la expedición se hubiesen perdido de no ser por la hazaña de Jack.

Las fauces del hielo comenzaron a abrirse cada vez más profundo. Era una hielera gigante repleta de cubitos rabiosos, que establecía una frontera pálida entre los científicos y sus resultados. Jack no lo pensó dos veces, saltó una vez y agarró todos los núcleos que pudo. Jamie, desde el otro lado, lo veía sin esperanzas de un segundo salto: “¡No lo lograrás! ¡Deja esos núcleos y ven aquí!”.

Ni Jason ni su jefe pudieron articular otra palabra, otro gesto. Jack dio su gran salto adelante, el salto de su vida. Un saltimbanqui sobrecargado de núcleos que aterrizó triunfante sobre el otro lado de la frontera. Los tres hombres se miraron con alivio y creyeron que estaban a salvo. Pero el hielo cedió y casi se llevaba consigo a un Jack agotado por su esfuerzo descomunal. Fue este momento donde Jason pudo devolverle el favor al hombre que también “lo volvió a traer a la vida”. 

Antes de que cediera completamente el hielo, alertaron a otras plataformas y se resguardaron en un bote salvavidas. Los núcleos estaban a salvo y nadie podía dar crédito de lo que había ocurrido.

Jason recordó que todos estaban callados en el bote, esperando que un rompehielos los fuera a rescatar. Jamie apenas refunfuñaba. Nadie podía procesar todo lo que ocurrió en cuestión de minutos, era un desastre enorme imposible de controlar. Al final del día, esta era la forma en que lo recibió la Antártida. A lo lejos divisaron que se acercaba el rompehielos. Jack le preguntó a Jason si vendría para la próxima expedición. Antes que tomarlo por un loco, el muchacho afirmó que sí con entusiasmo. Al volver a Nueva York, decidió que contaría la hazaña del gran Jack a todo el mundo. Que comenzaría a entrenar, a practicar los saltos de Jack (para emergencias). Que empezaría a decidir por su cuenta, porque ya no era el mismo hombre de antes y todo estaba en orden ahora. 

But it's all right now, in fact, it's a gas! But it's all right. Im jumpin’ jack flash. Its a gas! gas! gas!

(un ejercicio pa' la uni sobre la peli que no ví "El día después de mañana") 

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