Salí como todas las mañanas a mi caminata
diaria.
Observaba con tranquilidad a la gente pasar.
Lo que pasó hoy cambió mi vida, solo fue un
sonido fulminante.
Otra vez volví a casa, quedé tirado en el
suelo y comenzó.
Las veces que retumbó ese grito pensé en
escapar de todo.
Alrededor del mediodía comenzaron a aparecer
esas voces.
Solamente estaban esas luces en mi casa
desolada.
Varias de ellas pretendían que me vuelva loco
para su deleite.
O tal vez, que me haga su amigo o coma a mi
perro.
¿Cuál perro? Dijeron, si siempre he estado
solo en mi vida.
Entonces seguí pensando en ellas y sus
perversas intenciones.
Solamente pensaban en que comiese cualquier
cosa.
Simplemente me levanté a complacerlas y
servirles.
Ordenes de cazar, matar y engullir lo que sea.
No veía absolutamente nada para comer; y no
comprendía.
De nuevo las miré, se movían impacientes por
la habitación.
Entonces las voces gritaron con fuerza: “¡Las
manos!”
Las mire y empecé con mis dedos, pero me
faltaba algo.
Hombría y el valor necesario para destruirme a
mi mismo.
Otra vez caía la noche y ellas me presionaron
a hacerlo.
Mis piernas comenzaron a cortarse y empezaron
a sangrar.
Bañado en sangre, las luces abrieron mi cuerpo.
Revolvieron todas mis entrañas y no dejaron
nada de mí.
Entonces me elevé y me volví uno con ellas.
Mauro Varela
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