sábado, 30 de julio de 2016

Acá hay dragones

Ayer me cebaron una historia, transcurría sobre la tarde y finalizaba con el animal corriendo lastimado hacia los edificios. Se ve que, como de costumbre, mi atención fue nula. Así que una imaginación virulenta terminó desbaratando el relato. Consiste en una bestia moderna que muerde la selva negra que crece sobre el neumático de un auto. Si, esto es todo lo que se retuvo como anécdota de finde taciturno, un desamparado retazo de existencia. 

El/la conductor/a que jadea volante pero jamás baja para revisar si se ensalzó de muerte o si sólo quebró algunos cuellos. Una anécdota irreconocible en la sinvergüenzura del contexto. Los únicos que llegan a sufrir esta epopeya inservible son el canillita y una vendedora de bingos. Reproducidos mentalmente, son la imagen de héroes familiar y desinteresada, engaño inocente para rellenar los baches que articulan lo acontecido.

Peor que vender humo es comprar audiencia con estratagemas raquíticas. Esa peluda damisela en apuros nos hace creer que chilla por aplastamiento. Claramente ha rebotado sobre nosotros, emanando en el transcurso la figura del monstruo final. Esa abominación reconocida como la negligente vista gorda. Que mira a lo lejos por la ventana, que otorga banda sonora al momento con sus bocinazos, sube el volumen del estéreo para tapar la desesperación de los perros amigos del (por poco) desahuciado; que no ve las horas de que se acabe el silencio del semáforo para que su verde sol habilite seguir el paso, acelerar y censurar la calle. 

Nos escamamos la piel con ella. Y por momentos la realidad está perdida en un limbo de incertidumbre, un escenario donde nadie quiere saber si la jauría desesperada se salva o si es fustigada entre el murmullo y la ceniza distante. Nos impregnamos de piltrafas éticas, quimeras propias del medioevo salvaje. ¿Por qué bajamos la mirada? ¿Por qué la mirada y no el cuerpo? Un auxilio divino no es posible para ningún ser. 

Damos por sentado que huyó, que se salvó de muerte pero que continuará herido de por vida. No traté de entenderlo, solo maquino la idea de una herida en el espíritu. Quiero decir que la vida que recorra de ahora en más tendrá menos sabor a aventuras, a instintos complacidos. No deseará humanidad, pero al menos imaginamos que el can es un pequeño hombrecillo por un rato. Un muchacho que no supo leer las señales de la vida. Como si fuese un caballero liquidado que no tuvo tiempo de advertirle a sus amigos los peligros de la calle ni de poner carteles que digan: “Acá hay dragones, les dicen humanos”.

The Kilimanjaro Darkjazz Ensemble - Here Be Dragons

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